Cantar del Mío Cid campeador
Cuenta la historia que mandó llamar el Cid a sus amigos, parientes y vasallos y les comu-
nicó que el rey le ordenaba salir del reino en el plazo de nueve días. Y les dijo:
amigos, quiero saber cuáles de vosotros queréis venir conmigo. Dios os lo pagará a los que vengáis, pero igualmente satisfecho quedaré con los que aquí permanezcáis.
Habló entonces Álvar Fáñez, su primo hermano:
Con vos iremos todos, Cid, por las tierras deshabitadas y por las pobladas, y nunca os fallaremos mientras estemos vivos y sanos; en vuestro servicio emplearemos nuestras mulas y nuestros caballos, el dinero y los vestidos; siempre os serviremos como leales amigos y vasallos.
Todos aprobaron lo que dijo Álvar Fáñez y el Cid les agradeció mucho lo que allí se había hablado.
Alzó la mano derecha el rey y se santiguó: "De estas ganancias tan grandes que logró el Campeador, por San Isidro bendito, me alegro de corazón,
me alegro de las hazañas que hace el Cid Campeador y recibo estos caballos que me manda en donación". Se alegró el rey, pero al conde Garci Ordóñez le pesó: "Parece que en tierra mora ya no hay hombres de valor cuando tanto hace y deshace Mío Cid Campeador". Dijo el rey: "Conde García, no sigáis hablando, no; de todos modos el Cid mejor me sirve que vos".
Martín Antolínez, caballero de intrépida lanza, si yo vivo lo suficiente, os doblaré el sueldo! Gastados tengo todo el oro y toda la plata, ya veis que conmigo no llevo nada, y me haría falta dinero para mantener a quienes me acompañan. Lo lograré por las malas ya que por las buenas no lo conseguiré. Con vuestra ayuda quiero preparar dos arcas, llenarlas de arena, para que sean muy pesadas, cubrirlas de guadamecí rojizo y cerrarlas muy bien con clavos dorados. Buscad enseguida a los judíos Raquel y Vidas y decidles que como en Burgos me han prohibido comprar y el rey me ha desterrado, no me puedo llevar mis bienes, que son muy pesados; que se los empeñaré por una cantidad justa. Llévenles las arcas de noche, para que no lo vea nadie excepto el Creador con todos sus santos. Contra mi voluntad lo hago, porque otra cosa no puedo hacer.
He de ver a mi mujer: tengo que aconsejarle sin prisa cómo deben actuar en mi ausencia. Si por eso quisiese el rey despojarme de mis bienes, no me importa. Antes de que asome el sol, con vos estaré.
esposa Jimena os entrego aquí cien marcos; a ella, a sus hijas y damas podréis servir este año.
Dos hijas niñas os dejo, tomadlas a vuestro amparo. A vos os las encomiendo en mi ausencia, abad don Sancho, en ellas y en mi mujer ponedme todo cuidado. Si ese dinero se acaba o si os faltare algo, dadles lo que necesiten, abad, así os lo mando. Por un marco que gastéis, asl conveto daré cuatro." Así se lo prometió el abad de muy buen grado.
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